Entre tanto, la muerte se venga del olvido,

los mares dolidos lloran olas,

se le acaban las flechas a cupido,

y se marchitan las negras amapolas.

 

El cielo despide sin pudor a las estrellas,

mientras el cristal de mi ventana sigue opaco,

las esquinas se llenan de doncellas,

que trabajan para un tal “hombre del saco”.

 

Y la luna ya no sale y se cabrea,

porque el sol, la engañao con una nube,

y se mira en el espejo y se ve fea.

 

Mientras tanto aprovechan los planetas,

y justo cuando el sol baja, ellos suben,

a comerle a la luna to las tetas.