Ese día amanecimos por los suelos,
y entre risas recordamos lo de ayer,
en el colchón rebosaban nuestros pelos,
y en el suelo, pedacitos del somier.
Al momento llegó la despedida,
nos citamos, cuando quisiera el destino,
me besó, esta vez muy comedida,
y sin más se marchó por donde vino.
Y otra vez a llorar como un chiquillo,
y a buscar alicientes a una vida,
que no es vida, si no beso su boca.
De repente sonó el telefonillo,
y una voz entre dulce y atrevida,
me dijo: ¡abre que me tienes como loca!
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